viernes, 29 de febrero de 2008

«Cada vez es más difícil comer sano»


Cecilia Díaz Méndez es profesora titular de Sociología de la Universidad de Oviedo. Autora de numerosas investigaciones sobre sociología del consumo, es una de las responsables del estudio «Alimentación, consumo y salud», impulsado por la Fundación la Caixa y presentado anteayer en Madrid.-¿Comemos cada vez peor? -Hay indicios de cambio en la alimentación que nos alejan de las dietas que los expertos en nutrición consideran «buenas». -¿Por ejemplo? -Los desayunos son poco consistentes o se resuelven sólo con un café rápido. Las comidas del mediodía han dejado de ser, para muchos, la comida principal, y se comen más productos ricos en grasas y desciende el consumo de verduras y legumbres. Y las cenas son cada vez más informales e improvisadas, cuestión que no sería problemática si no pasase lo mismo con la comida. Vamos, que cada vez es más difícil comer sano. -Subraya usted que ya no aprendemos a comer de nuestras madres. -Los aprendizajes alimentarios siguen hoy siendo informales, pero antes -no hace tanto tiempo- las madres enseñaban a cocinar a sus hijas, y no a sus hijos. Lógicamente, en este aprendizaje estaba implícito lo que se entendía por una comida sana. Ahora han cambios en varios sentidos... -¿Que son...? -Por un lado, y esto con ironía, las mujeres ya no son lo que eran -por suerte- y ni todas las madres enseñan a cocinar ni todas las hijas quieren aprender. Y los hombres que se han hecho cargo del asunto -de aprender y de cocinar- son tan pocos que siguen siendo sólo un ejemplo a seguir y no un modelo en expansión. Por otro lado, el concepto de comida saludable ya no nos llega de la sabiduría tradicional o de la experiencia. -¿Cómo llega ahora? -Se difunde a través del discurso de los expertos en alimentación y salud. Este discurso es el soporte de las recomendaciones alimentarias de las instituciones, pero también de la publicidad. Otras fuentes de información son los programas de televisión o las revistas y libros de cocina, pero todo ello se ha mantenido en el marco de la informalidad. -¿De qué factores depende nuestra elección de la comida? -Por un lado, de los gustos, que, animados por la publicidad, se convierten en un elemento de elección de los productos. Esto es preocupante cuando los gustos no están próximos a lo que es sano. La verdura y los productos frescos no se publicitan... la lechuga no tiene marketing. Por otro lado, los ritmos de vida cotidianos nos imponen decisiones que no siempre nos conducen hacia lo más saludable.-Disponemos de más información sobre la comida. ¿Se plasma eso en una mayor calidad de nuestra alimentación? -Aunque tenemos más información que nunca estamos más preocupados que nunca por la alimentación. La publicidad dice una cosa, el médico dice otra y las campañas de los organismos públicos de alimentación y salud, otra, no siempre coincidentes. Con frecuencia no sabemos a quién hacer caso. -Un ejemplo de discrepancia en los mensajes. -Los alimentos funcionales y los productos transgénicos. No se ponen de acuerdo sobre sus efectos, ni son recomendados ni cuestionados científicamente de manera unánime. Los consumidores españoles, por ejemplo, desconfían de los transgénicos, aunque han contado con el respaldo institucional y con investigaciones favorables. Pero las evidencias científicas son contradictorias y eso desconcierta. Pasa lo mismo con los funcionales.-Los transgénicos generan mucha controversia. -Hay respuestas para todos los gustos. Además, hay variabilidad en las recomendaciones institucionales y esto provoca desconcierto: hoy nos dicen que es bueno el pescado blanco y mañana que no lo es; hoy que las carnes blancas y mañana las rojas, etcétera. Hay inconsistencias que el consumidor detecta y provocan desconfianza. ¡Imagínese lo que sucede cuando hay una alarma alimentaria! No hay un entorno informativo propicio para reaccionar ante una situación de crisis alimentaria. -¿Las pautas de alimentación son homogéneas en toda España? -Los hábitos estructurales son homogéneos. Lo que cambia son los productos que consumimos. -¿Cuáles son los parámetros definitorios de Asturias? -Una cultura alimentaria notable y conocida por el consumidor. Una valoración de la gastronomía asturiana fuerte, tanto por los de aquí como por los de fuera. Y productos locales buenos, sanos y accesibles de los pequeños y medianos productores, aunque no siempre en los canales de distribución más próximos al consumidor. -¿Cuáles son los principales trastornos y enfermedades derivados de una mala nutrición? -Estas cuestiones han de ser contestadas por los médicos, no de los sociólogos. Nosotros aparecemos en este escenario porque hay problemas de salud asociados a la alimentación y, aunque los médicos lo dicen una y otra vez, parece que el consumidor no se da por enterado. No se hace caso de las recomendaciones. Algo está pasando, y lo que pasa no es médico, sino social. -¿Es realmente factible que la mala alimentación altere la tendencia al aumento de la expectativa de vida? -Eso, ya digo, más bien han de explicarlo los médicos. Tal vez ocurre que hemos llegado tan lejos gracias a las mejoras sociales y alimentarias que no llegar a los 80 años es obviamente algo que no deseamos. Pero la predicción es arriesgada, pues no son sólo los factores sanitarios los que nos ayudan a alcanzar esta esperanza de vida tan alta. -¿Deberían actuar de algún modo los poderes públicos? -Ya están actuando, al menos en parte. Pero en el estudio lo que ponemos de manifiesto es que si no se ponen de acuerdo las instituciones con las empresas agroalimentarias en beneficio del consumidor seguirá habiendo problemas. -¿Razones? -De nada sirve que se recomiende comer menos bollería si a una madre de familia le resulta más fácil y barato un bollo industrial que un bocadillo de chorizo. O que los responsables políticos amonesten a una empresa por una publicidad inapropiada (como ha sucedido con una hamburguesa) si la empresa puede seguir haciendo algo similar tras resolver la sanción. De nada sirve promover una ley contra el consumo de alcohol y que ésta sea paralizada por los intereses de los productores de bebidas. En algunos países están siendo muy agresivos y han comenzado a incorporar a los productos etiquetas de colores en función de lo sanos o menos sanos que son. La cuestión es que la alimentación se ha ido haciendo problemática en las sociedades modernas, y esto sucede en unas circunstancias en las que, curiosamente, no nos faltan alimentos. Habrá que preguntarse por qué.


Fuente:

Ine.es

29 de Febrero de 2008



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