El director del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss, recientemente exhortó al mundo industrial a no reducir la ayuda a los países más pobres so pretexto de la crisis financiera. Agregó que castigar ahora el precio de los productos agrícolas cultivados en esos países agravará la falta de alimentos que padecen más de 800 millones de personas en el planeta. Además, aceleraría la migración rural, creando más áreas de miseria e inseguridad en las ciudades.
Por su parte, la FAO, la agencia de Naciones Unidas que se ocupa de los asuntos relacionados con la agricultura y la alimentación, advertía del absurdo de estar luchando por erradicar el hambre en los países pobres mientras éstos enfrentan una nueva y destructiva enfermedad: la obesidad y el sobrepeso por mala alimentación. Antes era casi exclusiva del continente europeo, Estados Unidos y Canadá. Sólo en Inglaterra causa al año la muerte de unas 10 mil personas, además de otros males, por lo que el gobierno acaba de iniciar una campaña (con subvenciones de por medio) para alentar el consumo de productos que sí nutren.
En México las enfermedades por mala alimentación afectan a siete de cada 10 personas y a casi la mitad de la población infantil. Tenemos, así, desnutrición por falta de alimentos, y obesos por comer lo que hace daño. Una parte fundamental de lo que ocurre se debe a las instancias oficiales que no toman medidas que contrarresten la machacona y millonaria publicidad de los grandes productores de la comida chatarra, sobresaturada de grasas y azúcares, y en cuya elaboración se utilizan sustancias que afectan la salud, como antibióticos, saborizantes y hormonas del crecimiento acelerado. Por no inculcar en las escuelas y a través de los medios masivos de comunicación buenos hábitos alimenticios. Por no adoptar medidas que alienten la compra de comida que sí nutre en vez de la que perjudica. Que recuerde, los últimos cuatro responsables federales del sector salud alertaron sobre el cambio epidemiológico registrado en el país: las primeras causas de muerte no son ya las enfermedades infecciosas, sino la diabetes y las cardiovasculares debido a la obesidad y los malos hábitos alimenticios.
Pero esas alertas, respaldadas por estudios elaborados sobre el tema por institutos como el de Nutrición, cayeron en el vacío porque el mismo sector público va a contracorriente de lo que se necesita para cambiar el panorama. Por eso México es, después de Estados Unidos, el mayor consumidor de refrescos de cola, donde más prospera la venta de agua embotellada y aumenta el número de menores con diabetes por obesidad. Hoy ocupamos el segundo lugar en obesos y mal alimentados. Al renunciar el Estado a su deber de proporcionar agua potable a la población, las refresqueras cubren ese campo a un alto costo social. En un país con una de las riquezas agrícolas más diversificadas del planeta, no son las frutas y las verduras las que reinan en la alimentación, sino los productos elaborados por las trasnacionales de la comida chatarra y las locales que controlan el mercado de pan y dulces.
Mientras la publicidad en los medios y en los centros comerciales de capital nacional o externo alienta el consumo de comida chatarra, en el sistema escolar se desalienta que se consuma buena comida. Hasta se organiza con apoyo de la Secretaría de Educación Pública una feria de “cooperativas escolares”, donde en vez de las frutas y las verduras reina la comida chatarra. Según confesión de un funcionario del sector educativo, la industria que la produce contribuye con dinero a numerosas actividades escolares.
El costo de luchar contra las enfermedades derivadas de la obesidad, como la diabetes en las mujeres y los males cardiovasculares en los hombres, corre a cargo del sector público, no del privado, que alienta con sus productos esos males. Como señalé el lunes, México es el reino de la comida chatarra. El gobierno del licenciado Calderón no hará nada por cambiarlo: debe su cargo al respaldo financiero que le dieron en las pasadas elecciones y a las campañas que patrocinaron contra López Obrador. El verdadero peligro para México, en cuestión de obesidad, bien se sabe dónde está.
Por su parte, la FAO, la agencia de Naciones Unidas que se ocupa de los asuntos relacionados con la agricultura y la alimentación, advertía del absurdo de estar luchando por erradicar el hambre en los países pobres mientras éstos enfrentan una nueva y destructiva enfermedad: la obesidad y el sobrepeso por mala alimentación. Antes era casi exclusiva del continente europeo, Estados Unidos y Canadá. Sólo en Inglaterra causa al año la muerte de unas 10 mil personas, además de otros males, por lo que el gobierno acaba de iniciar una campaña (con subvenciones de por medio) para alentar el consumo de productos que sí nutren.
En México las enfermedades por mala alimentación afectan a siete de cada 10 personas y a casi la mitad de la población infantil. Tenemos, así, desnutrición por falta de alimentos, y obesos por comer lo que hace daño. Una parte fundamental de lo que ocurre se debe a las instancias oficiales que no toman medidas que contrarresten la machacona y millonaria publicidad de los grandes productores de la comida chatarra, sobresaturada de grasas y azúcares, y en cuya elaboración se utilizan sustancias que afectan la salud, como antibióticos, saborizantes y hormonas del crecimiento acelerado. Por no inculcar en las escuelas y a través de los medios masivos de comunicación buenos hábitos alimenticios. Por no adoptar medidas que alienten la compra de comida que sí nutre en vez de la que perjudica. Que recuerde, los últimos cuatro responsables federales del sector salud alertaron sobre el cambio epidemiológico registrado en el país: las primeras causas de muerte no son ya las enfermedades infecciosas, sino la diabetes y las cardiovasculares debido a la obesidad y los malos hábitos alimenticios.
Pero esas alertas, respaldadas por estudios elaborados sobre el tema por institutos como el de Nutrición, cayeron en el vacío porque el mismo sector público va a contracorriente de lo que se necesita para cambiar el panorama. Por eso México es, después de Estados Unidos, el mayor consumidor de refrescos de cola, donde más prospera la venta de agua embotellada y aumenta el número de menores con diabetes por obesidad. Hoy ocupamos el segundo lugar en obesos y mal alimentados. Al renunciar el Estado a su deber de proporcionar agua potable a la población, las refresqueras cubren ese campo a un alto costo social. En un país con una de las riquezas agrícolas más diversificadas del planeta, no son las frutas y las verduras las que reinan en la alimentación, sino los productos elaborados por las trasnacionales de la comida chatarra y las locales que controlan el mercado de pan y dulces.
Mientras la publicidad en los medios y en los centros comerciales de capital nacional o externo alienta el consumo de comida chatarra, en el sistema escolar se desalienta que se consuma buena comida. Hasta se organiza con apoyo de la Secretaría de Educación Pública una feria de “cooperativas escolares”, donde en vez de las frutas y las verduras reina la comida chatarra. Según confesión de un funcionario del sector educativo, la industria que la produce contribuye con dinero a numerosas actividades escolares.
El costo de luchar contra las enfermedades derivadas de la obesidad, como la diabetes en las mujeres y los males cardiovasculares en los hombres, corre a cargo del sector público, no del privado, que alienta con sus productos esos males. Como señalé el lunes, México es el reino de la comida chatarra. El gobierno del licenciado Calderón no hará nada por cambiarlo: debe su cargo al respaldo financiero que le dieron en las pasadas elecciones y a las campañas que patrocinaron contra López Obrador. El verdadero peligro para México, en cuestión de obesidad, bien se sabe dónde está.
Fuente:
La Jornada
20 de Octubre de 2008
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