Algunas personas han desarrollado un "filtro calórico", a través del cual evalúan el mundo y sus alrededoresLas calorías que queman o ingieren son el punto de referencia para determinar y regu lar el gu sto y el disgusto, lo aceptable y lo inaceptable.
Esta degradación energética del principio del placer puede verse tanto en lo gastronómico como en cualquier actividad que implique la aparición de grasa, gordos indiscretos, "bananos", "llantas" u otras desproporciones físicas.
Como casi todo pasa por este "decodificador calórico", cada tarea a realizar es sometida a un minucioso examen alimenticio, para no traspasar los límites grasos permitidos.
Por ejemplo, una invitación a Cartagena, puede disparar, de manera automática, una preocupación cuasi existencial sobre el consumo nutritivo probable.
El pensamiento puede ser como sigue:
"Dios mío, tomaré trago, habrá pescado frito con patacones y arroz con coco (¡frito!, ¡patacones!, ¡coco!, ¡millones de calorías!)...
Y además no podré ir al gimnasio... ¡Para qué me habrán invitado!".
No importan el mar, los amigos o las amigas, la diversión o el despeje mental; lo fundamental, lo que en verdad interesa, el sentido de la vida, es mantener el peso bajo control, guardar la figura cueste lo que cueste.
Conozco a alguien que prefirió no ir a Europa para no "descuadrarse" con las comidas.
Muchas jóvenes andan pegadas a un tetero con agua, como si padecieran de una extraña regresión al seno materno, y se niegan rotundamente a comer pastas, a saborear un delicioso helado o a incursionar en una exube rante pizza doble queso con peperoni.
Sólo aceptan la carne magra con ensalada, sobre todo esta última. Cuando ven una mezcla de berros, lechuga y hortalizas, se abalanzan.
El alivio es total : nada de culpa, nada de ansiedad.
El vino, un coctel, un queso maduro, las aceitunas, el jamón serrano, las inofensivas nueces, o cualquier comestible que no sea dietético, son excluidos por peligrosos e inconvenientes, un atentado a la imagen corporal.
Un día sin ir al gimnasio es motivo de depresión y autocondena, porque todo lo que haga sudar es bendito y sagrado.
El hedonismo queda limitado a la pesa, y asfixiado en un ideal cada vez más anacrónico de belleza.
Lo que engorda es malo y lo que adelgaza es bueno: la erudición de los "morfos".
publicidadLa obstinación de supeditar la felicidad al consumo calórico va creando una filosofía de vida cicatera y represiva.
NO digo que nos desmandemos y hagamos un rito ampuloso a la obesidad, ya que es físicamente insano, sino que dejemos a un lado la obsesión por el "contenido energético" y nos desapeguemos del cuerpo y sus proporciones para disfrutar lo cotidiano, así sea de vez en cuando.
No podemos constreñir nuestra existencia vital a los carbohidratos y los complejos vitamínicos.
Por evitar la adicción a la comida, hemos caído en otra forma de adicción, más famélica, pobre en encantos, apocada y descolorida : la restricción calórica.
Reducir la autoestima a una tabla morfológica, es una manera de matar el espíritu sibarita que habita en cada una y uno de nosotros, y "alimentar" la absurda idea de que somos primordialmente tejidos musculares, bien o mal agrupados, pero tejidos al fin.
(todamujer.com)
Esta degradación energética del principio del placer puede verse tanto en lo gastronómico como en cualquier actividad que implique la aparición de grasa, gordos indiscretos, "bananos", "llantas" u otras desproporciones físicas.
Como casi todo pasa por este "decodificador calórico", cada tarea a realizar es sometida a un minucioso examen alimenticio, para no traspasar los límites grasos permitidos.
Por ejemplo, una invitación a Cartagena, puede disparar, de manera automática, una preocupación cuasi existencial sobre el consumo nutritivo probable.
El pensamiento puede ser como sigue:
"Dios mío, tomaré trago, habrá pescado frito con patacones y arroz con coco (¡frito!, ¡patacones!, ¡coco!, ¡millones de calorías!)...
Y además no podré ir al gimnasio... ¡Para qué me habrán invitado!".
No importan el mar, los amigos o las amigas, la diversión o el despeje mental; lo fundamental, lo que en verdad interesa, el sentido de la vida, es mantener el peso bajo control, guardar la figura cueste lo que cueste.
Conozco a alguien que prefirió no ir a Europa para no "descuadrarse" con las comidas.
Muchas jóvenes andan pegadas a un tetero con agua, como si padecieran de una extraña regresión al seno materno, y se niegan rotundamente a comer pastas, a saborear un delicioso helado o a incursionar en una exube rante pizza doble queso con peperoni.
Sólo aceptan la carne magra con ensalada, sobre todo esta última. Cuando ven una mezcla de berros, lechuga y hortalizas, se abalanzan.
El alivio es total : nada de culpa, nada de ansiedad.
El vino, un coctel, un queso maduro, las aceitunas, el jamón serrano, las inofensivas nueces, o cualquier comestible que no sea dietético, son excluidos por peligrosos e inconvenientes, un atentado a la imagen corporal.
Un día sin ir al gimnasio es motivo de depresión y autocondena, porque todo lo que haga sudar es bendito y sagrado.
El hedonismo queda limitado a la pesa, y asfixiado en un ideal cada vez más anacrónico de belleza.
Lo que engorda es malo y lo que adelgaza es bueno: la erudición de los "morfos".
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NO digo que nos desmandemos y hagamos un rito ampuloso a la obesidad, ya que es físicamente insano, sino que dejemos a un lado la obsesión por el "contenido energético" y nos desapeguemos del cuerpo y sus proporciones para disfrutar lo cotidiano, así sea de vez en cuando.
No podemos constreñir nuestra existencia vital a los carbohidratos y los complejos vitamínicos.
Por evitar la adicción a la comida, hemos caído en otra forma de adicción, más famélica, pobre en encantos, apocada y descolorida : la restricción calórica.
Reducir la autoestima a una tabla morfológica, es una manera de matar el espíritu sibarita que habita en cada una y uno de nosotros, y "alimentar" la absurda idea de que somos primordialmente tejidos musculares, bien o mal agrupados, pero tejidos al fin.
(todamujer.com)
Fuente:
El Mañana
10 de Noviembre de 2008
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