La depresión es un problema de salud, pero las colosales dimensiones que está cobrando esta enfermedad, lo tornan en un grave asunto de salud pública y, en consecuencia, en un asunto político. Ejércitos de deprimidos en los que probablemente esté, o estuvo si ya superó el padecimiento, un ex presidente, deambulan por las calles del mundo y del país, particularmente en las grandes concentraciones urbanas, sin que la afección que implica baja productividad en el empleo, relaciones sociales y familiares sometidas a alta tensión o suicidio en casos extremos, merezca la atención que un fenómeno de esta naturaleza debería tener.La obesidad o el tabaquismo, dos problemas de salud pública extendidos en México, han sido objeto de campañas preventivas o informativas que están creando conciencia. Hay gordos o fumadores que tras conocer las posibles consecuencias si persisten con sus malos hábitos, optan por reducir el consumo de carbohidratos o nicotina. Aunque yo esperaría que si se lanzan campañas de esa naturaleza, el Estado, a pesar de las severas limitaciones con las que cuenta su aparato de salud pública, en vías de silenciosa desmantelación, cuenta con una mínima infraestructura para que las personas que requieran atención médica más allá de la información del tríptico que entrega de mala gana la recepcionista en turno de hospitales, clínicas o centros de salud, que a veces parecen morgues, puedan recibirla. ¿Por qué no pasa lo mismo con la depresión?Aventuro nuevamente conjeturas.1) Porque la depresión, a pesar de tener orígenes multifactoriales y a veces desconocidos, tiene altos costos a nivel de tratamiento que en medicina convencional implican terapia y medicamentos. Un gobierno que no puede garantizar seguridad, empleos dignos y niveles de vida decorosos, menos podrá pagar la terapia y los chochos que demandan enormes grupos golpeados por esta enfermedad. Además que por obvias razones, gobiernos así pueden desencadenar cuadros depresivos en grandes núcleos poblacionales. Ebrard, Calderón, el Peje, el llamado gober piadoso son en sí mismos deprimentes.2) La depresión es un problema mundial que en Estados Unidos, el modelo de país al que aspiran nuestros gobernantes de izquierda y derecha, no se encuentra considerado en la mayoría de las pólizas de seguros de gastos médicos, luego que los servicios de salud de esa nación fueron privatizados por los republicanos.3) La industria farmacéutica de los antidepresivos le genera a los laboratorios ganancias multimillonarias. El chocho mágico que cura la tristeza, sin la asistencia de un engorroso tratamiento terapéutico, se ha convertido en la panacea recurrente de quienes tienen acceso al medicamento “controlado”. En la medida en la que se generen campañas preventivas o informativas; en la medida en que se autorice la venta de antidepresivos bajo prescripción a costos populares y bajo estrictos controles de supervisión en la elaboración de los fármacos; en la medida en la que se diagnostique depresión en un paciente y se le pueda brindar terapia, si no individual sí cuando menos grupal en el corto plazo; en la medida en que se institucionalicen terapias y fármacos alternativos probados en otros países, en otras épocas o en otras culturas, este problema puede disminuir, pero se estarían golpeando fuertes intereses. Cuando trabajaba en Excélsior, conocí a una pobre mujer que gastaba la mitad de su limitado sueldo en consultas y prozac. De pesadilla su vida y el valor de su trabajo. Espero que haya sanado.4) De todas las conjeturas aquí manejadas, admito que ésta es la más falible, pero la tengo que decir: advierto en los deprimidos, sobre todo en los que tienen conciencia e información de lo que están atravesando, una especie de regodeo masoquista con su mal.En fin, podemos seguir hablando mucho del tema, lo cierto es que en estratos especializados hay mucha información, como aparentemente la hay también en los famosos manuales de “autoayuda” que lamentablemente están llenando espacios (a veces con toneladas de palabrería inútil, cursi y falaz), que nadie ha cubierto desde miradas más accesibles o introspectivas, más yoístas si cabe el término.La literatura contemporánea tiene un clásico altamente recomendable y disfrutable, pese al trasfondo dramático del tema: Darkness Visible (Esa visible oscuridad), de William Styron, publicado en su momento en español por Grijalbo, hoy Grijalbo-Mondadori. Aunque en fecha reciente la editorial mexicana Ortega y Ortiz, que está trabajando libros muy suaves en su colección Cuadernos de Quirón, le publicó a Anamari Gomís un relato testimonial que se lee de un jalón, Los demonios de la depresión, que ilumina también las zonas oscuras de este padecimiento que ya es un problema de salud pública mundial.
Fuente:
La Crónica de Hoy
3 de Julio de 2008
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