Sobreexigirse y desconocer los límites propios afectan la salud. Los factores ambientales y la predisposición genética, física y psicológica hacen que algunas personas sean más vulnerables al estrés que otras.
Una sensación de abatimiento, de agobio, de que la mochila -esa que carga obligaciones reales o imaginarias- pesa cada vez más sobre un cuerpo que se empeña en mandar señales que demoran en ser percibidas. Así puede definirse al estrés, una enfermedad contemporánea, un diagnóstico asociado en la prescripción de múltiples especialidades médicas, la manifestación de un malestar que se hace visible a través del cuerpo.
El Dr. Daniel López Rosetti, presidente de la Sociedad Argentina de Medicina del Estrés (Sames), afirma que éste se desencadena cuando "las cargas que el sujeto acarrea superan su propia capacidad de respuesta. Esas cargas pueden ser extrínsecas (sociales, laborales) o intrínsecas (personales y de orden emocional)".
Esta "enfermedad" del siglo XXI, que fue descripta por primera vez por el austrohúngaro Hans Selye en 1926 y catalogada como estrés diez años después, no distingue clases sociales, títulos, cargos ni sexos. "Se puede asemejar a un mito afirmar que el estrés es un síndrome propio de los ejecutivos o gerentes de compañías. De hecho, es muy frecuente en niveles socioeconómicos bajos. Imagínese una persona con problemas laborales o peor aún, sin trabajo, el nivel de estrés que debe percibir", remarcó López Rosetti, quien realiza investigaciones en el Gabinete de Medicina del Estrés y Psicobiología del Hospital de San Isidro, en Buenos Aires.
Chicos, adultos, ancianos, nadie está exento de padecer la enfermedad. No obstante, las consultas y diagnósticos son más frecuentes a partir de la inserción de la persona en el mundo del trabajo y en la época media de la vida.
"La mayor carga de estrés está en relación con lo que nos impone la sociedad, cuando uno se enfrenta con las vicisitudes de la vida, sea el matrimonio, la carga de tener una familia y la responsabilidad que te genera el trabajo. La segunda, tercera y cuarta décadas de la vida son las etapas en que uno está más sometido al estrés y genera más estrés todavía en estas sociedades no resueltas, donde uno mira al futuro y lo ve como una nebulosa", sostuvo el Dr. Eduardo López, especialista en medicina interna del Hospital Iturraspe y médico internista del sanatorio Santa Fe, quien asegura diagnosticar patologías asociadas al estrés en forma permanente.
Consecuencias
Las situaciones traumáticas "ponen en marcha una serie de mecanismos neuroendócrinos que liberan una serie de hormonas, como la adrenalina y el cortisol, entre otras, que en su justa medida son necesarias para el organismo; pero en exceso, como ocurre con una situación de estrés psicosocial, son nefastas", explicó el Dr. Eduardo López.
Esas consecuencias "indeseables", que menciona el profesional, afectan el sistema nervioso central, cardiovascular y gastrointestinal. "El estrés altera las funciones mentales superiores: la atención, la concentración, la memoria y la asociación de ideas". "El exceso de adrenalina también provoca tendencia a la hipertensión, arritmias y alteración de la circulación coronaria, favoreciendo la génesis de enfermedades", explicó López.
Gastritis, úlceras, hemorragias digestivas y alteraciones intestinales; caída de cabello y enfermedades de la piel; pueden desencadenarse como consecuencia del estrés.
En el órgano más extenso
Precisamente, las doctoras Silvia Paredes, de Dermatología Sanitaria del Ministerio de Salud, y Dora Giménez, del Servicio de Dermatología del Hospital Iturraspe coinciden en que el estrés puede tener, también, manifestaciones a nivel de la piel. "Teniendo en cuenta que el sistema nervioso con la piel se forman en la misma capa del embrión, hay muchas manifestaciones en piel de origen psicosomático y el estrés es una de ellas", definieron.
Una manifestación frecuente es la alopecía (pérdida de cabello) difusa o por zonas (areata). Cuando se presenta, "se estudia al paciente, se descarta que tenga anemia, una patología tiroidea y, si los análisis son normales, se concluye en que la causa es por situaciones de la vida diaria que no se pueden manifestar de otra manera".
Otra patología que tiene un componente psicosomático es la soriasis -hay un 3 por ciento de la población que la presenta- en tanto que otra afección no tan frecuente es el vitiligo, que se manifiesta con manchas blancas por alteración o falta de pigmento en la piel y se puede dar en la infancia como en la persona adulta. Si bien en ambos casos se requiere de un análisis hormonal, "los gatillos de ambos son componentes psicosomáticos de estrés muy fuerte. En la psoriasis, que evoluciona por brotes, éstos son producidos por el agravamiento del conflicto que está atravesando la persona", señaló Paredes.
Otra manifestación frecuente, sobre todo en chicos y adolescentes es la verruga vulgar. "A la verruga la provoca un virus, pero no tiene verrugas el que quiere sino el que puede. Hay un terreno predispuesto por el sistema nervioso para que el virus colonice", detalló Giménez.
Escoriaciones neuróticas o lesiones autoprovocadas; acné escoriado; eccemas atópicos, que si bien cuentan con un componente alérgico tienen, como desencadenante de los brotes, situaciones de estrés de la vida diaria, son otras manifestaciones que se hacen visibles y palpables en el órgano más extenso, la piel.
Al tratamiento específico se suma, en los casos que corresponda, una derivación al ámbito de la salud mental. Es más, en el Servicio de Dermatología trabaja, ad honorem, una psicóloga "que nos auxilia mucho", coincidieron las profesionales que aseguraron que "la derivación es lo correcto, porque el paciente es una unidad biopsicosocial y hay que tratarlo desde todo punto de vista".
Puestas a definir qué es el estrés, consideraron que "es un término relativamente nuevo que trae aparejada una alteración en el sistema inmune de la persona que actuaría como disparador para generar, no solamente lesiones en la piel, sino taquicardia, arritmia cardíaca, diabetes, gastritis, úlceras", todas manifestaciones a través del cuerpo de aquello que no se puede verbalizar. "Dirían los psiquiatras que son personas que lloran a través de la piel".
Desestresarse, sin pasarse de rosca
El tratamiento para recuperar a una persona que padece del síndrome de estrés crónico contempla un abordaje médico, conductual y filosófico.
El primero implica el tratamiento de las enfermedades relacionadas al estrés por medio de fármacos, estudios, técnicas de relajación psicofísica, un correcto plan de nutrición y actividad física programada.
La otra pata de la recuperación es a través de psicoterapia porque lo que se intenta es modificar algunas conductas nocivas para el sujeto. Y la tercera implica un repensar "la forma de abordar la vida, establecer proyectos coherentes, definir objetivos personales y planes a corto y mediano plazo. Saber dimensionar los esfuerzos, que se hace y que no, tener expectativas pero también conocer hasta donde uno puede llegar", explicó López Rosetti.
Eso sí, es imposible vivir sin estrés. Siempre es conveniente mantenerlo a raya: ni pasarse de rosca ni relajarse demasiado.
"El estrés es un fenómeno normal del organismo y sin él no hay vida. El único lugar donde no hay estrés es en la paz del cementerio. No existe la posibilidad de vivir sin estrés", explicó el Dr. López Rosetti.
`Un nivel de estrés normal permite tener una actividad física e intelectual normal, que el sistema inmunológico se defienda adecuadamente contra las enfermedades, que la persona tenga un estado de bienestar que esté acorde con las circunstancias y que responda a las demandas del ambiente en forma emocionalmente inteligente".
El problema aparece con los excesos. "El estrés es como la cuerda de una guitarra, tiene que tener la tensión justa para que suene bien. Si la tensión de la cuerda es mayor, suena mal e incluso se puede romper", graficó López Rosetti.
Los más vulnerables
Nadie está exento de enfermarse pero algunos tienen más probabilidades que otros. "Hay dos factores que hacen que una persona sea más vulnerable al síndrome de estrés: la predisposición genética y los factores ambientales", explicó el Dr. López Rosetti.
Las predisposiciones físicas y psicológicas también agregan su grano de arena. Hay individuos, denominados clínicamente `reactores tensos', que "reaccionan físicamente con mayor intensidad a los estímulos estresores que los `reactores calmos'. Ante una situación de estrés a un reactor tenso le va a subir más la presión arterial y la frecuencia cardíaca. Esto no determina una enfermedad ni una patología, simplemente es una predisposición. Es decir, el `reactor tenso' paga más caro la misma carga de estrés", explicó el profesional, tras comentar que las mediciones se realizan con un equipo denominado psicoescanner, que ya existe en hospitales públicos.
En la década del 50, los estudiosos habían llegado a la conclusión de que las personas competitivas, dinámicas, agresivas, con tenencia al logro, capaz de realizar muchas cosas en poco tiempo, de agenda sumamente ocupada y que ven en su entorno una amenaza constante, son más susceptibles a estresarse. Se las definió como personalidad Tipo A. "Hoy se sabe, por los test cognitivos que miden este tipo de estudios, que no es en sí la personalidad tipo A sino algunas características tóxicas de ella, como la tendencia a la hostilidad, la ira, la forma de manifestación del enojo, los que hacen que alguien sea más sensible al estrés. Un irascible es más vulnerable que una persona cauta", explicó López Rosetti, quien dijo que con estos elementos físicos y psicológicos se determina el perfil psicobiológico del estrés.
El profesional aclaró que no existe un "estresómetro", "un aparato que diga quién padece estrés y quién no"'. "Lo que mide el diagnóstico desde el punto de vista técnico no es el estrés sino la vulnerabilidad que un sujeto tiene al estrés".
"Lo que puedo decir es que un paciente es vulnerable al estrés porque tiene mayor sensibilidad física y pscioafectiva, emocional o psicológica. Uniendo en la historia clínica un montón de elementos un médico puede diagnosticar el síndrome de estrés", sostuvo López Rosetti.
Ponerle nombre al malestar
Para la psicoanalista Norah Pérez "es fundamental poder escuchar qué dice ese sujeto de su angustia, de su historia, de cómo ubica el hecho traumático según los antecedentes de su vida, de sus relaciones con el otro, del lugar que ha tenido en la familia. Eso es poner a trabajar el trauma y la propuesta del psicoanálisis es que el sujeto pueda decir algo y no callarlo, no anestesiarlo con una pastillita o una palabra, ponerlo a hablar".
"Hay una tendencia a no querer saber -opina-. Freud decía que el deseo humano más fuerte es no querer saber. Querer saber de uno mismo es una decisión, es hacerse responsable de lo que le pasa".
"Está la vía de la negación, que instala una dependencia en el otro: el otro al que consulto, el otro terapeuta que me va a decir qué tengo que hacer, o el otro médico que me da la pastilla que me conviene. Son las salidas propiciadas en esta época sostenida en el no pensar, en consumir pastillas, o palabras que da el otro. La salida más difícil es reconocer lo que pasa, porque eso implica hacerse cargo de sí mismo", agregó Pérez para quien "la tarea es encontrar esos recursos que están en el propio sujeto y que lo pueden fortalecer, y no negar el malestar".
"Como en todas las cosas, hay dos posiciones: existen médicos que tienen la suficiente apertura de derivar al paciente para la atención psicológica porque admiten que el cuerpo no es un pedazo de carne y que está enlazado a la palabra, porque somos seres con lenguaje. Y cuando el sujeto se queja está diciendo algo más, que no responde a causas físicas. Entonces, necesita nombrar ese malestar que, por no ser simbolizado, se descarga sobre el cuerpo", concluyó Pérez, quien es miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.
Escuchar al cuerpo
El estrés no se desencadena de un día para el otro. El organismo da señales, signos de alertas que muchos desestiman. "El cuerpo nos envía información: primero nos susurra, después nos habla en voz baja y si no lo supimos escuchar nos grita", sostiene López Rosetti.
"Muchas veces los pacientes que por estrés llegan a un estado más avanzado han sido sordos a los mensajes del cuerpo. Cuando uno hace una historia clínica de estrés, descubre que esa persona, que consulta por tal o cual enfermedad gatillada por el síndrome de estrés, hace meses, cuando no años, que tenía síntomas pero no los percibía como tales. Síntomas pequeños, emocionales, que porque eran chicos se menospreciaban", explicó López Rosetti.
El médico afirmó que antes que los signos físicos suelen aparecer los psicoemocionales. Disminución de la capacidad de disfrute, ausencia de proyectos, irritabilidad, nerviosismo, inseguridad en uno mismo, menor autoestima y eficiencia laboral, tristeza y miedos. Si la persona experimenta estos cambios es una señal de que algo no anda bien.
"Cuando se hace una historia clínica de un paciente con síndrome de estrés, algo que se encuentra con cierta frecuencia es que el paciente no es feliz porque ha perdido expectativa, ganas", afirma López Rosetti.
"Muchas personas tienen una expectativa mayor de su vida, económica o laboral, muy por encima de la que vivencian como real. Probablemente esa gran diferencia redunde en una baja calidad de vida y eso es para el sujeto una fuerte carga que en un momento tampoco resiste", sostuvo.
Si el hombre o la mujer no logran identificar los síntomas, parar la pelota y volver a barajar, la salud se verá afectada. La única forma de prevenir una carga excesiva de estrés es "conociendo el límite", "no siendo sordos y escuchando los mensajes del cuerpo", aconsejó López Rosetti.
Nancy BalzaMaría Sol Pogliani
Una sensación de abatimiento, de agobio, de que la mochila -esa que carga obligaciones reales o imaginarias- pesa cada vez más sobre un cuerpo que se empeña en mandar señales que demoran en ser percibidas. Así puede definirse al estrés, una enfermedad contemporánea, un diagnóstico asociado en la prescripción de múltiples especialidades médicas, la manifestación de un malestar que se hace visible a través del cuerpo.
El Dr. Daniel López Rosetti, presidente de la Sociedad Argentina de Medicina del Estrés (Sames), afirma que éste se desencadena cuando "las cargas que el sujeto acarrea superan su propia capacidad de respuesta. Esas cargas pueden ser extrínsecas (sociales, laborales) o intrínsecas (personales y de orden emocional)".
Esta "enfermedad" del siglo XXI, que fue descripta por primera vez por el austrohúngaro Hans Selye en 1926 y catalogada como estrés diez años después, no distingue clases sociales, títulos, cargos ni sexos. "Se puede asemejar a un mito afirmar que el estrés es un síndrome propio de los ejecutivos o gerentes de compañías. De hecho, es muy frecuente en niveles socioeconómicos bajos. Imagínese una persona con problemas laborales o peor aún, sin trabajo, el nivel de estrés que debe percibir", remarcó López Rosetti, quien realiza investigaciones en el Gabinete de Medicina del Estrés y Psicobiología del Hospital de San Isidro, en Buenos Aires.
Chicos, adultos, ancianos, nadie está exento de padecer la enfermedad. No obstante, las consultas y diagnósticos son más frecuentes a partir de la inserción de la persona en el mundo del trabajo y en la época media de la vida.
"La mayor carga de estrés está en relación con lo que nos impone la sociedad, cuando uno se enfrenta con las vicisitudes de la vida, sea el matrimonio, la carga de tener una familia y la responsabilidad que te genera el trabajo. La segunda, tercera y cuarta décadas de la vida son las etapas en que uno está más sometido al estrés y genera más estrés todavía en estas sociedades no resueltas, donde uno mira al futuro y lo ve como una nebulosa", sostuvo el Dr. Eduardo López, especialista en medicina interna del Hospital Iturraspe y médico internista del sanatorio Santa Fe, quien asegura diagnosticar patologías asociadas al estrés en forma permanente.
Consecuencias
Las situaciones traumáticas "ponen en marcha una serie de mecanismos neuroendócrinos que liberan una serie de hormonas, como la adrenalina y el cortisol, entre otras, que en su justa medida son necesarias para el organismo; pero en exceso, como ocurre con una situación de estrés psicosocial, son nefastas", explicó el Dr. Eduardo López.
Esas consecuencias "indeseables", que menciona el profesional, afectan el sistema nervioso central, cardiovascular y gastrointestinal. "El estrés altera las funciones mentales superiores: la atención, la concentración, la memoria y la asociación de ideas". "El exceso de adrenalina también provoca tendencia a la hipertensión, arritmias y alteración de la circulación coronaria, favoreciendo la génesis de enfermedades", explicó López.
Gastritis, úlceras, hemorragias digestivas y alteraciones intestinales; caída de cabello y enfermedades de la piel; pueden desencadenarse como consecuencia del estrés.
En el órgano más extenso
Precisamente, las doctoras Silvia Paredes, de Dermatología Sanitaria del Ministerio de Salud, y Dora Giménez, del Servicio de Dermatología del Hospital Iturraspe coinciden en que el estrés puede tener, también, manifestaciones a nivel de la piel. "Teniendo en cuenta que el sistema nervioso con la piel se forman en la misma capa del embrión, hay muchas manifestaciones en piel de origen psicosomático y el estrés es una de ellas", definieron.
Una manifestación frecuente es la alopecía (pérdida de cabello) difusa o por zonas (areata). Cuando se presenta, "se estudia al paciente, se descarta que tenga anemia, una patología tiroidea y, si los análisis son normales, se concluye en que la causa es por situaciones de la vida diaria que no se pueden manifestar de otra manera".
Otra patología que tiene un componente psicosomático es la soriasis -hay un 3 por ciento de la población que la presenta- en tanto que otra afección no tan frecuente es el vitiligo, que se manifiesta con manchas blancas por alteración o falta de pigmento en la piel y se puede dar en la infancia como en la persona adulta. Si bien en ambos casos se requiere de un análisis hormonal, "los gatillos de ambos son componentes psicosomáticos de estrés muy fuerte. En la psoriasis, que evoluciona por brotes, éstos son producidos por el agravamiento del conflicto que está atravesando la persona", señaló Paredes.
Otra manifestación frecuente, sobre todo en chicos y adolescentes es la verruga vulgar. "A la verruga la provoca un virus, pero no tiene verrugas el que quiere sino el que puede. Hay un terreno predispuesto por el sistema nervioso para que el virus colonice", detalló Giménez.
Escoriaciones neuróticas o lesiones autoprovocadas; acné escoriado; eccemas atópicos, que si bien cuentan con un componente alérgico tienen, como desencadenante de los brotes, situaciones de estrés de la vida diaria, son otras manifestaciones que se hacen visibles y palpables en el órgano más extenso, la piel.
Al tratamiento específico se suma, en los casos que corresponda, una derivación al ámbito de la salud mental. Es más, en el Servicio de Dermatología trabaja, ad honorem, una psicóloga "que nos auxilia mucho", coincidieron las profesionales que aseguraron que "la derivación es lo correcto, porque el paciente es una unidad biopsicosocial y hay que tratarlo desde todo punto de vista".
Puestas a definir qué es el estrés, consideraron que "es un término relativamente nuevo que trae aparejada una alteración en el sistema inmune de la persona que actuaría como disparador para generar, no solamente lesiones en la piel, sino taquicardia, arritmia cardíaca, diabetes, gastritis, úlceras", todas manifestaciones a través del cuerpo de aquello que no se puede verbalizar. "Dirían los psiquiatras que son personas que lloran a través de la piel".
Desestresarse, sin pasarse de rosca
El tratamiento para recuperar a una persona que padece del síndrome de estrés crónico contempla un abordaje médico, conductual y filosófico.
El primero implica el tratamiento de las enfermedades relacionadas al estrés por medio de fármacos, estudios, técnicas de relajación psicofísica, un correcto plan de nutrición y actividad física programada.
La otra pata de la recuperación es a través de psicoterapia porque lo que se intenta es modificar algunas conductas nocivas para el sujeto. Y la tercera implica un repensar "la forma de abordar la vida, establecer proyectos coherentes, definir objetivos personales y planes a corto y mediano plazo. Saber dimensionar los esfuerzos, que se hace y que no, tener expectativas pero también conocer hasta donde uno puede llegar", explicó López Rosetti.
Eso sí, es imposible vivir sin estrés. Siempre es conveniente mantenerlo a raya: ni pasarse de rosca ni relajarse demasiado.
"El estrés es un fenómeno normal del organismo y sin él no hay vida. El único lugar donde no hay estrés es en la paz del cementerio. No existe la posibilidad de vivir sin estrés", explicó el Dr. López Rosetti.
`Un nivel de estrés normal permite tener una actividad física e intelectual normal, que el sistema inmunológico se defienda adecuadamente contra las enfermedades, que la persona tenga un estado de bienestar que esté acorde con las circunstancias y que responda a las demandas del ambiente en forma emocionalmente inteligente".
El problema aparece con los excesos. "El estrés es como la cuerda de una guitarra, tiene que tener la tensión justa para que suene bien. Si la tensión de la cuerda es mayor, suena mal e incluso se puede romper", graficó López Rosetti.
Los más vulnerables
Nadie está exento de enfermarse pero algunos tienen más probabilidades que otros. "Hay dos factores que hacen que una persona sea más vulnerable al síndrome de estrés: la predisposición genética y los factores ambientales", explicó el Dr. López Rosetti.
Las predisposiciones físicas y psicológicas también agregan su grano de arena. Hay individuos, denominados clínicamente `reactores tensos', que "reaccionan físicamente con mayor intensidad a los estímulos estresores que los `reactores calmos'. Ante una situación de estrés a un reactor tenso le va a subir más la presión arterial y la frecuencia cardíaca. Esto no determina una enfermedad ni una patología, simplemente es una predisposición. Es decir, el `reactor tenso' paga más caro la misma carga de estrés", explicó el profesional, tras comentar que las mediciones se realizan con un equipo denominado psicoescanner, que ya existe en hospitales públicos.
En la década del 50, los estudiosos habían llegado a la conclusión de que las personas competitivas, dinámicas, agresivas, con tenencia al logro, capaz de realizar muchas cosas en poco tiempo, de agenda sumamente ocupada y que ven en su entorno una amenaza constante, son más susceptibles a estresarse. Se las definió como personalidad Tipo A. "Hoy se sabe, por los test cognitivos que miden este tipo de estudios, que no es en sí la personalidad tipo A sino algunas características tóxicas de ella, como la tendencia a la hostilidad, la ira, la forma de manifestación del enojo, los que hacen que alguien sea más sensible al estrés. Un irascible es más vulnerable que una persona cauta", explicó López Rosetti, quien dijo que con estos elementos físicos y psicológicos se determina el perfil psicobiológico del estrés.
El profesional aclaró que no existe un "estresómetro", "un aparato que diga quién padece estrés y quién no"'. "Lo que mide el diagnóstico desde el punto de vista técnico no es el estrés sino la vulnerabilidad que un sujeto tiene al estrés".
"Lo que puedo decir es que un paciente es vulnerable al estrés porque tiene mayor sensibilidad física y pscioafectiva, emocional o psicológica. Uniendo en la historia clínica un montón de elementos un médico puede diagnosticar el síndrome de estrés", sostuvo López Rosetti.
Ponerle nombre al malestar
Para la psicoanalista Norah Pérez "es fundamental poder escuchar qué dice ese sujeto de su angustia, de su historia, de cómo ubica el hecho traumático según los antecedentes de su vida, de sus relaciones con el otro, del lugar que ha tenido en la familia. Eso es poner a trabajar el trauma y la propuesta del psicoanálisis es que el sujeto pueda decir algo y no callarlo, no anestesiarlo con una pastillita o una palabra, ponerlo a hablar".
"Hay una tendencia a no querer saber -opina-. Freud decía que el deseo humano más fuerte es no querer saber. Querer saber de uno mismo es una decisión, es hacerse responsable de lo que le pasa".
"Está la vía de la negación, que instala una dependencia en el otro: el otro al que consulto, el otro terapeuta que me va a decir qué tengo que hacer, o el otro médico que me da la pastilla que me conviene. Son las salidas propiciadas en esta época sostenida en el no pensar, en consumir pastillas, o palabras que da el otro. La salida más difícil es reconocer lo que pasa, porque eso implica hacerse cargo de sí mismo", agregó Pérez para quien "la tarea es encontrar esos recursos que están en el propio sujeto y que lo pueden fortalecer, y no negar el malestar".
"Como en todas las cosas, hay dos posiciones: existen médicos que tienen la suficiente apertura de derivar al paciente para la atención psicológica porque admiten que el cuerpo no es un pedazo de carne y que está enlazado a la palabra, porque somos seres con lenguaje. Y cuando el sujeto se queja está diciendo algo más, que no responde a causas físicas. Entonces, necesita nombrar ese malestar que, por no ser simbolizado, se descarga sobre el cuerpo", concluyó Pérez, quien es miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.
Escuchar al cuerpo
El estrés no se desencadena de un día para el otro. El organismo da señales, signos de alertas que muchos desestiman. "El cuerpo nos envía información: primero nos susurra, después nos habla en voz baja y si no lo supimos escuchar nos grita", sostiene López Rosetti.
"Muchas veces los pacientes que por estrés llegan a un estado más avanzado han sido sordos a los mensajes del cuerpo. Cuando uno hace una historia clínica de estrés, descubre que esa persona, que consulta por tal o cual enfermedad gatillada por el síndrome de estrés, hace meses, cuando no años, que tenía síntomas pero no los percibía como tales. Síntomas pequeños, emocionales, que porque eran chicos se menospreciaban", explicó López Rosetti.
El médico afirmó que antes que los signos físicos suelen aparecer los psicoemocionales. Disminución de la capacidad de disfrute, ausencia de proyectos, irritabilidad, nerviosismo, inseguridad en uno mismo, menor autoestima y eficiencia laboral, tristeza y miedos. Si la persona experimenta estos cambios es una señal de que algo no anda bien.
"Cuando se hace una historia clínica de un paciente con síndrome de estrés, algo que se encuentra con cierta frecuencia es que el paciente no es feliz porque ha perdido expectativa, ganas", afirma López Rosetti.
"Muchas personas tienen una expectativa mayor de su vida, económica o laboral, muy por encima de la que vivencian como real. Probablemente esa gran diferencia redunde en una baja calidad de vida y eso es para el sujeto una fuerte carga que en un momento tampoco resiste", sostuvo.
Si el hombre o la mujer no logran identificar los síntomas, parar la pelota y volver a barajar, la salud se verá afectada. La única forma de prevenir una carga excesiva de estrés es "conociendo el límite", "no siendo sordos y escuchando los mensajes del cuerpo", aconsejó López Rosetti.
Nancy BalzaMaría Sol Pogliani
Fuente:
Diario El Litoral on line
10 de Septiembre de 2007
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